sábado, 18 de diciembre de 2010

Comparaciones

El sol empezó a asomarse entre los edificios y a llenar de luz las pistas de deporte. Desde ahí arriba podía verse perfectamente cómo la ciudad iba amaneciendo. Un grupo de amigos, sentados en las gradas, contemplaba el espectáculo mientras apuraban unos refrescos y comían pipas. Eran los supervivientes de una fiesta cercana que celebraba el comienzo del verano.
Marco acabó su botella, se levantó y fue hasta el coche. Abrió las cuatro puertas y subió el volumen de la radio. Un éxito musical de hace unos cuantos años empezó a sonar.
-¡Vamos, chicos, que no se diga! Que sólo son las 7 y media, no podéis estar tan cansados.
Así, entre risas y música, poco a poco se fueron levantando unos a otros, siguiendo el ritmo. Jorge se quedó sólo en las gradas, mirando a todos juntos, y le pareció que, de golpe, todo podía volver a tener sentido.
Clara se liberó de un inicio de conga y se sentó a su lado.
-Estoy ya mayor. No puedo con mi alma.
Jorge sonrió.
-Qué me vas a contar. Yo no bailo porque creo que mis piernas hace rato que se han ido a la cama.
Clara miró al resto de sus amigos, que movían la conga serpenteando entre los coches. Se acercó un poco más a Jorge.
-No se cómo vas a tomarte esto, pero tengo que decírtelo. Sé que no te gustan las comparaciones, pero me he fijado en…
-No. Ni se te ocurra.
-¿Qué?
-Que veo por dónde vas, estáis todos igual. Dejad de compararla con Blanca, ¿vale? Porque ella ya no está, no va a volver.
-Jorge, yo no…
-Y me estáis empezando a cansar con eso de que nunca encontraré a una igual, que ella era perfecta, que lo que me ha pasado es una mierda… Ya sé todo eso, no necesito que nadie me lo diga. No necesito oír lo mucho que me quería antes de irse para siempre.
Jorge hundió la cabeza entre las rodillas y se la tapó con ambas manos. Clara le pasó un brazo por los hombros y apoyó su mejilla sobre él.
-Lo siento, cariño. Nadie quiere hacerte sentir mal. Nos preocupamos por ti. Tal vez no lo estamos haciendo bien, y no deberíamos psicoanalizar a todas las mujeres que conoces, pero tú no fuiste el único que la perdió.
-Ya lo sé.
-Y por supuesto que tienes derecho a salir con otras, a ser feliz y a enamorarte otra vez. Tu puedes “reemplazarla”, por así decirlo. Pero nosotros no. No podemos tener otra amiga que ocupe su puesto, porque no habrá nadie como ella. Así que, cada vez que nos presentas a alguien, no vemos a una novia: vemos a una amiga que nunca será como Blanca.
Jorge levantó la cabeza.
-Nunca lo había visto así. Nunca me había puesto en vuestro lugar, supongo.
-Hazlo ahora que lo sabes. –Jorge apoyó su cabeza sobre la de Clara.- Sé que es injusto, pero te prometo que, con el tiempo, todo será mejor.
-Odio al puto tiempo. Se supone que lo cura todo… pero lo hace a una velocidad de mierda.
Clara sonrió.
-Hasta que eso pase… nosotros siempre estaremos aquí.
Le apretó el brazo con la mano, y Jorge le cogió la otra. Se quedaron un rato así, mirando como el resto se divertía. Ahora se habían puesto por grupos y fingían hacer una batalla de bailes.
-Por cierto, ¿qué querías decirme?
-Nada. Sólo que… me gusta. Es muy simpática. Y te mira… te mira como lo hacía Blanca.
Jorge sonrió.
-Lo sé.

martes, 2 de noviembre de 2010

Contención

A veces, en los días más grises, Claudia sentía que estaba sujetando un dique, una presa gigante que retenía una enorme corriente de agua. La sujetaba para que los demás no fueran arrastrados, para que no se los llevara la corriente lejos de ella, donde ya no les encontrara. Pero no se daba cuenta de que, al sujetarla, ella misma se iba ahogando dentro de ese embalse.

No sabía pedir ayuda. No sabía soltar poco a poco el agua de esta presa porque no lo había hecho antes. Llevaba años dejándose los nudillos contra esa fría pared de piedra, que la separaba del mundo. Y no sabía si debía soltarla porque, cuando se imaginaba que lo hacía, preveía que se llevaría muchas cosas por delante.
A veces, en su fría guarida de roca desde donde controlaba el caudal de su presa, Claudia pensaba cómo sería la vida en compañia, donde la gente se ayudara con sus problemas y el peso no reposara sólo en sus hombros. Pero eso ella nuca lo sabría, porque estaba condenada a morir allí en medio, dentro de su solitaria presa, llena de agua, de secretos y de emociones contenidas.
Nunca se dió cuenta de que, con su esfuerzo, no estaba protegiendo a los demás. Sólo conseguía que se alejaran de ella.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Irresistible

-No has dicho nada de mi cambio de look.
-Ya sabes lo que opino de las rubias.
-Mmm… No. ¿El qué?
-Me parecen irresistibles.
-Ah…
-Aunque a ti no te hace falta teñirte el pelo para eso.

lunes, 20 de septiembre de 2010

De par de mañana

El timbre de la puerta despierta a Dani, que abre un ojo y mira el reloj. Son las 11:24 de la mañana. Y es domingo. No puede ser nada importante y, sin embargo, vuelven a llamar. Lentamente, Dani se levanta y se pone la camiseta mientras se dirige a la puerta. Al otro lado siguen llamando, cosa que le desespera.
-Va, ¡va!
Al abrir la puerta se encuentra con Pablo, que entra en casa hecho una furia y se pone a caminar por el salón dando gritos.
-Está con alguien. Con un tío, seguro. Se ha pasado la noche fuera diciendo que estaba en casa de una amiga, pero sus amigas estaban anoche en El Barco y ella no estaba. ¿Qué coño se cree, qué soy idiota? Esta niña me vacila, Dani, se cree que soy idiota.
Dani se frota los ojos y se le queda mirando.
-“Buenos días Dani, ¿puedo pasar?” “si, claro tío, ¿pasa algo?” “no, quería hablar un momento contigo”…Qué tiempos aquellos, cuando la gente explicaba de qué hablaba antes de ponerse a gritar gilipolleces en mitad de tu salón a las 11 de la mañana.
Pablo se para de golpe.
-Lo siento, tienes razón. Perdona. –De pronto se da cuenta de la cara de su amigo y de su pelo despeinado.- No me digas que estabas durmiendo.
Dani cierra la puerta de la calle y se sienta en el sofá.
-Pues si, pero bueno, da igual. ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Quién está con quién?
-Andrea.
Al oírlo, Dani pone los ojos en blanco.
-Ya estamos otra vez. Pablo, por favor, que es muy temprano.
-Joder, es que tú no lo entiendes. Se ha pasado la noche fuera con vete a saber tú quién haciendo vete a saber tú el qué.
-Pues lo que hacías tú a su edad. ¿Has desayunado? –dijo acercándole un tarro con galletas. Pablo las rechazó con la mano.
-Tengo el estómago cerrado, llevo toda la noche pensando dónde puede estar.
-Estás enfermo. ¿Me estás diciendo que no has dormido nada?
-Anoche salí y no la vi, y al volver a casa no estaba…y no he podido dormirme. Por cierto, ¿dónde te metiste tú?
Dani se le dio un mordisco a la galleta antes de contestar.
-Salí con un grupo de amigos, dimos una vuelta… Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que no puedes ser la sombra de tu hermana. Por Dios, Pablo, que tiene casi 20 años.
-Es una cría.
-Pero tiene edad suficiente para usar la cabeza, ¿no?
-Entonces ¿por qué me miente diciendo que se va con sus amigas?
Dani empezó a desesperarse.
-Porque así te mantiene callado. Mira, no te va a contar lo que hace de verdad si no dejas de montarle un pollo cada vez que sale de casa. Que no eres su padre.
Pablo suspiró.
-Tal vez tengas razón.
Dani le puso la mano en el hombro y le condujo hacia la puerta.
-Hazme caso: vete a casa, descansa. Y cuando veas a Andrea pregúntale, si quieres, pero por encima, con calma. No la interrogues, ya te lo contará ella lo que quiera contarte. Seguro que lo de sus amigas tiene una explicación.
-¿Por qué me da la sensación de que me estás echando?
-¡No te estoy echando! Es sólo que… es muy temprano, y tengo sueño…y… Y si, te estoy echando.
Pablo reacciona de golpe.
-¡Joder! ¡No estás solo! Habérmelo dicho antes, habría ido a comerle la cabeza a otro.
Dani le quita importancia.
-Da igual, tampoco es para tanto.
-Oye, ¿la conozco? –dice Pablo mientras vuelve para dentro y empieza a cotillear buscando una pista. Dani le para antes de llegar al pasillo y empieza a empujarle dirección a la puerta.
-No, no la conoces ni la vas a conocer. Ahora vete y descansa y déjame a mi con lo mío.
Pablo se para en al puerta y le mira, ahora con gesto divertido.
-¿A quien tienes ahí dentro, que tanto ocultas?
-A tu hermana, no te jode. Anda, déjame en paz, luego te llamo.
-Vale, vale, ya me voy… Encima que vengo a verte prontito para que te cunda el día…
Dani cierra la puerta mientras se ríe y resopla, aliviado. Por la puerta de la habitación, de puntillas, sale Andrea.
-¿Crees que se huele algo?
-Si se oliera algo no estaríamos aquí –dice Dani acercándose a ella. La agarra por la cintura y le da un beso en la frente.
-¿Y no se lo vamos a decir nunca? Con cualquier otro se enfadaría, pero contigo… Si eres su mejor amigo.
-Pues por eso, Andy, por eso. Como se enteré en un mal momento él se quedaría sin amigo, pero creo que tú te quedarías sin novio. Se lo diré, de verdad, pero espera a que se calme un poco.
Ella sonríe y entrelaza las manos tras su cuello.
-Te doy una semana. Si no se lo dices tú, lo haré yo. Total, yo creo que la sobreprotección no se le va a pasar nunca, así que posponerlo más me parece absurdo.
-Ay, Dios mío. Es que mira que hay mujeres… y tener que enamorarme de ti… hay que ser suicida.
Andrea sonríe, le coge de la mano y le va arrastrando hacia el dormitorio.
-No fue culpa tuya, es que no pudiste evitarlo: soy la única mujer en el mundo con la que no deberías estar. No hay mayor tentación que esa. Bueno, mi atractivo natural también colaboró… pero de forma secundaria. Puedes decirle eso a Pablo: la culpa es tuya por hacer creer que tu hermana era intocable.
-Si el digo eso, me mata.
-Te va a matar de todas formas… así que vamos a disfrutar mientras podamos. –Enreda sus manos en el pelo de Dani y le dice al oído- Porque, tenlo claro: no pienso salir contigo después de que mi hermano te dé una paliza.
Cómo respuesta, Dani le hace cosquillas y ambos caen, riendo, sobre la cama.
-Te quiero –susurra Andrea.
-Lo sé –añade Dani, con ternura, antes de volver a besarla.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Dejarse llevar

La risa contenida de Ana rompió el silencio nocturno. Se deshizo de la chaqueta y el bolso dejándolos tirados en la puerta del jardín y se dirigió a la piscina con la botella en la mano. Detrás iba Raúl, tan protector como siempre, que la observaba con una sonrisa en los labios mientras ella bailaba al son de su propio tarareo. Mientras le daba un trago a la botella, Ana se le quedó mirando. Estaba preciosa, con el pelo completamente suelto y un hombro al descubierto. Bajó la botella y se la acercó a Raúl.
-¿Qué pasa? ¿Quieres un trago?
Raúl cogió la botella mientras ella se limpiaba la boca con el brazo.
-Que femenina que eres a veces.- Añadió con sorna antes de beber.
Ana le hizo una mueca y se dio la vuelta para seguir bailando. Se movía con cierto estilo, a pesar del exceso de alcohol y del tamaño de sus tacones. De pronto se paró y miró a Raúl con mirada traviesa. Él se echó a temblar: conocía esa mirada.
-¿No te apetece darte un baño?
Lo veía venir.
-¿Ahora? ¿Con este fresco?- Raúl intentó alejarla del bordillo-Quita, quita, que ahora te mojas y te resfrías…
-Joder, que pesado te pones, sólo tú te preocupas por un resfriado en una situación así. Mira, -dijo señalando el centro de la piscina, donde se reflejaba una gran esfera blanca- hasta la Luna se está dando un bañito.
-A ver, Ana, siéntate aquí conmigo y relájate, que llevamos una noche fina los dos y lo único que nos falta es volver calados a casa.
-Pues precisamente por eso, estoy cansada de darle vueltas a la cabeza. Me apetece un baño, me lo doy. Así de simple.
Apuró lo que quedaba de la botella y se bajó de los tacones. Raúl empezó a dar la situación por perdida.
-Que sepas que yo no pienso meterme ahí.
-Ese es tu problema: que piensas demasiado las cosas. Pensar es aburrido, lo divertido es, simplemente… dejarse llevar.
Y, dicho esto, se quitó el vestido, se lo arrojó a Raúl y se tiró de cabeza al agua.
-Está buenísima, no sabes lo que te pierdes.
“Claro que lo sé”, pensó Raúl, “hasta la Luna parece estar disfrutando.”
Y, de pronto, se olvidó del frío, de los problemas y de la hora que era. Se quitó los zapatos, se desabrochó la camisa y, simplemente, se dejó llevar.

jueves, 26 de agosto de 2010

Para regalo

-Lo digo en serio, ese hombre me ha robado el corazón.
-Por favor, Diana, no seas hipócrita, si prácticamente lo envolviste para regalo nada más conocerle.
-Pero ¿qué dices?
-Lo que digo. Sólo te faltó ponerle un lazo rojo.

lunes, 2 de agosto de 2010

La chica del cumpleaños

-¡Dios mío, tengo el pelo hecho un asco! –Se queja Daniela frente al espejo del baño. -¿Llevo toda la noche con estas pintas?
Sonia le contesta sin dejar de hacerse la raya del ojo.
-Tampoco se nota tanto. Mójalo un poquito y conseguirás algo decente.
La música del local llega de fondo al baño, con lo que allí se puede hablar con relativa tranquilidad, sin necesidad de recurrir a los gritos.
-En fin, ¿has visto a Bruno? ¡Y dijiste que no vendría! ¡Ese chico besa el suelo que pisas! Además, no me puedes negar que está increíblemente guapo. ¿Crees que esta noche… puede pasar algo?
-No sé yo qué decirte.
-Yo si. Además, ¡eres la chica del cumpleaños! No puede negarse.
Sonia sonríe mientras se mira en el espejo. Aunque enseguida tuerce el gesto y mira a Daniela.
-Lleva toda la noche ignorándome. Pensé que era para hacerse el interesante y el tipo duro, pero ya no estoy tan convencida de que sea una pose.
-¿A qué te refieres?
Sonia siguió hablando mientras buscaba un esquivo pintalabios en su pequeño bolso.
-No ha venido solo. Y no me refiero a la panda de amigos idiotas que le siguen a todos lados, sino a que ha venido con dos chicas, a las que no conozco de nada, para repasarme por la cara que hay mas gente.- Encontró lo que buscaba y empezó a teñirse los labios de rojo. -Es patético.
-Las he visto, pero no hay nada con ninguna de ella, seguro. Está claro que intenta hacer como que ha pasado página, pero es imposible. Yo le vi al mes de que le dejaras y estaba hundido. Si está aquí es porque quiere verte, eso no lo dudes.- Mientras hablaba, Daniela se humedecía los rizos, sin demasiado éxito.- Además, ¿te has fijado bien en esas chicas? No te llegan ni a la suela del zapato. Bueno, a la del tacón.
Sonia soltó una carcajada.
-Lo sé. Además, tú lo has dicho: es mi cumpleaños, así que se hará lo que yo diga.
-¿Me dejas el pintalabios? A ver si así eclipsamos un poco lo de mi pelo…
Mientras Daniela se pinta y Sonia se ahueca el peinado, una chica de vestido azul sale de uno de los baños. Se acerca a ellas despacio y, mientras se lava las manos, las mira por el espejo y sonríe inocentemente. Sonia, que se da cuenta, se da la vuelta y la mira.
-¿Tienes algún problema?
-Eres Sonia, ¿no? La chica del cumpleaños.
-Si. ¿Y tú eres…?
-Perdona, no nos han presentado. –Contesta la chica de azul mientras se seca las manos con una toallita de papel- Soy Paula, una de las amigas de Bruno que no te llega ni a la suela del zapato. Perdón, del tacón. Si hemos venido es porque ofreces barra libre y porque Bruno quería demostrarnos que lo había superado. Ahora que hemos bebido y que él ya ha dejado claro que te ignora con mucho estilo, creo que podemos irnos. Ha sido un placer.
Dicho esto, Paula se gira y, a trompicones por la cantidad de chicas que hay, intenta salir del baño. Sonia está roja, pero no de vergüenza, sino de rabia. Querría gritar, saltar, patalear, y agarrar de los pelos a la tal Paula que, de pronto, se para y se gira antes de salir.
-Por cierto, feliz cumpleaños. Seguro que disfrutas mucho de la fiesta, porque, ya sabes, a la chica del cumpleaños no se le puede negar nada.
Y se aleja con una sonrisa y una satisfacción plena. Lleva 4 meses oyendo hablar de Sonia y viendo a Bruno sufrir por ella. Pero esta noche no. Esta noche es el principio de una nueva etapa. Y en ella no hay sitio para la chica del cumpleaños.

martes, 27 de julio de 2010

Dos cajones

Estaba nerviosa. No; estaba muy nerviosa. Se pasó todo el viaje en taxi jugueteando, bueno, destrozando lo que quedaba del billete de avión y absorbiendo el paisaje que se asomaba a sus ojos por la ventanilla. Los 20 minutos de trayecto desde el aeropuerto se le habían hecho eternos y ahora, por fin, estaba ya allí. 5º piso, puerta B. Tal y como Guillem le había dicho, la llave estaba en la parte de arriba del marco de la puerta. Ángela sonrió, pensando que si llega a ser unos centímetros más bajita no habría llegado a coger la llave. Se quedó unos segundos mirando el llavero: una pequeña caracola. El espíritu playero de Guillem estaba presente incluso antes de entrar en su casa. Introdujo la llave y se adentró en esa aventura mientras una sensación, algo indescriptible, se apoderaba de ella.
Se trataba de un piso sencillo: el salón y la cocina estaban prácticamente unidos, separados sólo por una barra americana que tenía encima unas alacenas. Ángela se adentró en la casa y dejó la maleta junto a uno de los sofás y la chaqueta sobre el otro, situado frente a una gran televisión. Sólo había una puerta, la del dormitorio. Era bastante amplio, con una enorme cama con una colcha de círculos azules y blancos y una cómoda color chocolate, como las mesillas de noche. A la izquierda, una pequeña puerta conducía al baño, al que Ángela se asomó brevemente. De vuelta al salón, cuando se dirigía a abrir la terraza (espaciosa, con una mesa, dos sillas de plástico y algunos tiestos) se fijó en que, sobre la encimera de la cocina, había un folio doblado y apoyado en el frutero. Por fuera sólo ponía su nombre en enormes letras negras. Mientras lo desdoblaba, salió a la terraza y se acomodó en una de las sillas. Con sólo leer una línea, empezó a sonreír:

¡Buenos días, mi chica de la capital!
¿Cómo ha ido el viaje? Siento no estar ahí para darte la bienvenida que te mereces, pero prometo compensarlo con una buena cena. Estaré ahí en una hora más o menos, así que ponte cómoda: mi casa es tu casa. Hay toallas en el segundo armario, por si quieres darte una ducha, y tienes un par de cajones vacíos por si deshaces la maleta (sí, lo sé, sólo vienes unos días, pero puedo hacerme una idea del tamaño que debe de tener tu maleta…jaja!).
Me encanta que estés aquí. Te veo ahora.
Un beso de esos con sabor a sal, que tanto te gustan.
Guillem
PD: estás muy, pero que muy guapa.

Ángela dejó el papel sobre la mesa y miró hacia el mar. Guillem era un cielo, la hacía sentirse a gusto incluso sin estar presente. Le había abierto su corazón. Y su casa. Y le había dejado dos cajones en su cómoda. Madre mía. De pronto empezó a agobiarse. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si la relación a distancia había sido fácil porque cuando estaban juntos no funcionaban? ¿Y si en unos días… destrozaban meses? ¿O, mejor dicho, los destrozaba ella?
No. Había que pensar en cosas positivas, ser optimistas. Guillem era un encanto, y tenía un humor impecable. Sobrevivirían a una pequeña convivencia… ¿no?
De pronto, sin dudarlo un momento, volvió a doblar el folio y lo dejó sobre la encimera. Recogió la maleta y la chaqueta y cogió las llaves para dejar cerrada la casa del chico de sus sueños.

Media hora después llegó Guillem a casa. Le extrañó encontrarla cerrada, tal y como la había dejado. Dentro no había señales de vida, todo seguía tal y como estaba por la mañana, incluyendo la nota de la cocina. Miró el reloj. Había llamado al aeropuerto y sabía que el vuelo había llegado a su hora, y era imposible que Ángela siguiera dando vueltas en un taxi.
Se asomó al dormitorio. Nada, no había ni una arruga en la colcha. Tuvo entonces un mal presentimiento y se sentó en la cama. ¿Podría ser que se hubiera arrepentido, qué se hubiera ido? No, no podía ser. Llevaban semanas planeando esa escapada, no podía haberse echado atrás.
Se levantó y se dirigió al baño, necesitaba refrescarse un poco. Y, nada más entrar, volvió a sonreír. En frente suyo, escrito con carmín en el espejo, podía leerse:
Tú si que estás guapo.
Y, por detrás de él, surgió Ángela con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada pícara. Corrió hacia él, que la cogió en brazos y la besó con ganas.

-Te lo has creído, ¿eh?
-Ni por un momento.- Miente Guillem, mientras la mira con sus ojos azules –Por cierto, es verdad.
-¿El qué? –pregunta Ángela, con las piernas enredadas en su cintura.
-Estás muy, pero que muy guapa. –dice él, antes de volver a besarla.

lunes, 28 de junio de 2010

Una buena historia

-¿No puede mirarlo una vez más? Algo tiene que haber…
-Se lo diré por última vez: no hay nada de nada. Puedo buscar algo para dentro de dos semanas o un mes, pero para esta misma noche es imposible. Está todo agotado desde hace días.
Raúl se revolvió el pelo, algo inquieto, y pensó qué más podía hacer. Necesitaba esas entradas. Se giró un momento y comprobó que Ainhoa seguía hablando por teléfono en mitad de la acera.
Estaba desesperado y, en vista de que no contaba con mucho bolsillo como para recurrir al soborno de aquel estirado taquillero, decidió que lo mejor era explicarle toda la historia.
-Mire, sé que soy muy pesado, pero no lo sería si no fuera necesario tener esas entradas para hoy.
-Entiendo. ¿Acaso el señor se va mañana de la ciudad?
-No, no, yo vivo aquí.
-Entonces, ¿me puede explicar por qué no ha venido usted antes a comprar entradas?
Era tan absurdo que inventar una excusa habría sido aún más lamentable.
-Pues, verá, la culpa no es mía. ¿Ve usted a esa chica que habla por teléfono, la de los pantalones rojos? – El taquillero se incorporó un poco y Raúl se apartó para que pudiera ver bien a Ainhoa. –La conozco desde hace años. Es… es la chica más increíble que he conocido nunca. Y quiero que se venga a vivir aquí, conmigo.
El taquillero no daba crédito a lo que estaba oyendo. Pensaba que los que oían las miserias de los clientes eran los camareros, o los taxistas, pero no alguien que vende entradas para el ballet en el Teatro Real. Aunque su aburrimiento era tal que dejó que el chico se despachara.
-Discúlpeme, joven, pero no entiendo cómo puedo ayudarle yo a que esa chica se mude con usted.
-Verá, nosotros tenemos una relación, digamos… atípica. No somos pareja como tal. Pero yo la quiero, y sé que ella quiere vivir aquí, pero no lo admitirá nunca.
-Me temo que sigo sin entender mi papel.
-A ver…-Raúl hizo un gesto en un intento de que el taquillero le dijera su nombre. No funcionó. –señor taquillero.
Éste suspiró.
-Llámeme Héctor.
-Encantado, Héctor. Resulta que hace unos años hicimos una apuesta. Ainhoa, que es como se llama la chica, odia venir a visitarme porque dice que no soporta esta ciudad. Aunque yo estoy convencido que se queja de puro vicio y porque sabe que yo amo esta ciudad y así me hace de rabiar. El caso es que le dije que tenía que venir a verme más a menudo, porque así podría prepararle una visita decente, con la que conseguiría que amara este sitio tanto como lo amo yo. A lo que ella respondió que al contrario, que a partir de entonces vendría sin avisar, para conocer la ciudad tal y como era, sin que a mi me diera tiempo a preparar nada. Según ella, si esto era realmente como yo decía, todo podría ser fascinante sin haberlo preparado.
-Una chica lista, la suya.
-No lo sabe usted bien. Desde entonces ha venido siempre sin avisar, y no me ha ido mal en la conquista. La última visita, de la que hace solo un mes, me dijo que estaba planteándose seriamente el mudarse aquí, pero que aún había cosas que no había visto. Que no conocía nada de los teatros, con lo famosos que eran. Le dije que me dijera, por una vez, cuándo iba a venir, así sacaría unas entradas para cualquier espectáculo.
-Y ella, una vez más, no se lo dijo.
-Efectivamente, Héctor. Alegó que le gustaría saber si un día podían entrarle ganas de ir al teatro y sacar entradas horas antes de la función. Al principio pensé en reservar siempre dos entradas, pero enseguida deseché esa idea. Hay más de 30 teatros con diversas obras, y no tenía ni idea de cuál era la que ella querría ver. Hoy se ha presentado en mi puerta. Ha traído una maleta, Héctor. Hágase a la idea: en varios años de visita, nunca había traído una maleta. Nunca había venido dispuesta a quedarse. Cuando se lo he comentado, algo cansado ya de pensar siempre cuándo llegará el día de la mudanza, pasábamos justo por delante del teatro. Es “El lago de los cisnes”. Era como una señal, ¿sabe? Su madre adoraba a Tchaikovsky, y lo escuchó sin para durante su embarazo. Así que aquí me tiene. Pidiéndole dos entradas para el ballet para que mi novia se venga a vivir conmigo.
Héctor miró compasivamente a aquel chico de pelo rubio revuelto. Era una historia bonita, de eso no había duda. Pero no estaba seguro de que hubiera algo que él pudiera hacer para contribuir a su final feliz.
-Me hago cargo de su situación, joven, pero…
-Por favor. No estaría suplicándole si no creyera que, de verdad usted puede hacer algo. A veces guardan algunas localidades para personalidades importantes, qué se yo, políticos, esas cosas. Por favor, Héctor, entiéndame…

Hacía rato que Ainhoa había colgado y miraba a la taquilla sin poder creérselo. Raúl llevaba más de 15 minutos negociando con aquel señor por unas entradas. No podía demorarlo más, no podía alargar más el sufrimiento. Le vio darse la vuelta, algo abatido, y le dedicó una sonrisa para reconfortarle.
-No te preocupes. Tampoco es que sea muy aficionada al teatro. Planearé mis impulsos encaminados al arte, y listo.
-Ya pero… te hacía ilusión.
Ainhoa sonreía. Estaba tan abatido que no se daba cuenta de la situación.
-Tranquilo, Raúl. Sobreviviré. Podemos sacar entradas para dentro de dos semanas… si quieres. O para dentro de un mes.
Raúl gritó de alegría y levantó a Ainhoa en brazos, que empezó a reírse a carcajadas y, cuando la dejó en el suelo, se besaron.
Desde su taquilla, Héctor sonreía.

-¡Esto hay que celebrarlo! ¿Qué te parece si nos vamos y preparamos una cena en nuestra casa?
-Mejor aún –dijo Raúl, sacando dos papeles del bolsillo. –Te invito al teatro. Nunca he visto “El lago de los cisnes”.
Ainhoa no podía creer lo que estaba viendo. Cogió las entradas y miró a Raúl, alucinada.
-¿Cómo…? ¿Cómo lo has hecho? ¡Es imposible conseguir entradas para esta obra el mismo día!
-Cariño, nunca subestimes el poder de una buena historia. Y la nuestra es de las mejores.

miércoles, 23 de junio de 2010

Verano

Hace dos días, sin hacer ningún ruido, se adentró en mi casa. A su pasó se llevó las noches frías que había sobre el sofá y las sustituyó por un puñado de tardes al sol y de cervezas en terracitas del centro. Tiró todos mis apuntes al suelo y borró las fechas del calendario, para que nunca supiera qué día era. Las horas del día se dividieron en cuatro: antes de comer, media tarde, noche y las que empleara durmiendo. Sin concretar, sin exactitud; todo eso daba igual.
Abrió el armario y lo llenó de vestidos que olían a flores y a buen tiempo, y se deshizo de todos mis zapatos, para que disfrutara al andar descalza por los parques.
Despacito, de puntillas, se asomó a mi habitación y me despertó con un suave beso en la mejilla. Abrí los ojos despacio y le dediqué una sonrisa.
-Hola Verano.- Susurré- Te estaba esperando.

domingo, 6 de junio de 2010

Para siempre

Martín juguetea con el musgo de la roca sobre la que está sentado con las piernas cruzadas. El sol se está a punto de ponerse y, en un rato, él y Luis tendrán que irse a casa. Pero esta vez no es una despedida cualquiera; lo de hoy no es un “hasta mañana”, como lo lleva siendo 7 años. Martín arranca el musgo y mira a Luis, que hace dibujos en la hierba con un palo.
-Es que no lo entiendo –dice con tono triste. -¿por qué te tienes que ir? ¿Es que a tus padres ya no les gusta vivir aquí?
-Eso pensé yo también, pero mamá está también muy enfadada, y papá dice que la culpa es de su jefe por mandarle a trabajar tan lejos. Pero mamá me ha prometido que nos irá muy bien, que tendremos una casa nueva y que haré muchos amigos, aunque yo ya le he dicho que me gusta esta casa y mis amigos de siempre…

Silencio. El sol empieza a meterse ya entre las montañas, pero ninguno de los dos quiere irse. Entonces, Martín tiene una idea.
-Oye, si eso no te gusta… o si no haces tantos amigos o algo así podrías… podrías volver. ¡Seguro que mis padres te dejarían dormir en la cama que hay en mi cuarto! –¡Es una idea perfecta! ¿Cómo no se le habrá ocurrido antes? Así, Luis y él sería hermanos y no tendrían que dejar de jugar cuando se hiciera de noche. Pero Luis no lo ve tan claro.
-Ya… pero mis padres me echarían mucho de menos.
-¿Y crees que yo no te voy a echar de menos? –dice Martín, algo enfadado. ¿Es que no se da cuenta de que es una solución perfecta?
-Si, y yo también te echaré de menos a ti. Pero mis padres no son tan fuertes como nosotros, y seguro que se pondrían muy tristes. Yo también estoy triste, pero sé que volveremos a vernos y eso me alegra un poco.
-¿Ah, si? ¿Y eso como lo sabes, listo?
-Porque eres mi mejor amigo, y los mejores amigos nunca se olvidan, ya veces vuelven y se ven en verano. Y cuando seamos mayores podremos ir a vernos en coche y quedar para nadar en la playa, en la zona de las rocas donde no se puede nadar con flotador.
-¿De verdad? ¿Vendrás a verme? ¿Aunque hagas otros amigos y vayas con ellos a contar hormigas y a jugar a los exploradores?
-De verdad. Te lo prometo.
Los dos niños se abrazan y el sol se oculta del todo tras el horizonte, levándose una etapa de sus vidas y forzándoles a hacerse un poquito más mayores. Como buenos chicos, como siempre, se encaminan hacia el pueblo y, al llegar al cruce del nogal se separan.
-Bueno… pues entonces ya nos veremos.
-Claro, ya nos veremos.

Y los dos caminan hacia sus casas, en direcciones opuestas. Una lágrima asoma al ojo de Martín y, justo en ese momento, Luis le llama a gritos.
-¡Martííííín! ¡Que se me olvidaba! ¡No lo olvides: somos mejores amigos del alma! ¡Para siempre!
Martín levanta los dos brazos en señal de victoria, como hicieron el día que ganaron las carreras de bicis y se prometieron amistad eterna, y grita:
-¡¡Para siempre!!
Y, a pesar de la falta de luz, puede ver perfectamente como Luis le saluda y le sonríe, justo antes de darse la vuelta y desaparecer… pero sólo por algún tiempo.

jueves, 27 de mayo de 2010

Lo que Diego ha unido...

(Os cuento: me gustaría mucho desarrollar esta historia si dispusiera de tiempo, bastante jodido ahora mismo, y capacidad inventiva, que también escasea para escribir más de dos lineas. No prometo nada, pero que no os extrañe ver a estos personajes por aqui de vez en cuando.)



Pablo entra en casa empapado. Al volver del gimnasio se ha puesto a llover en los 3 minutos que hay del metro a su casa y se ha calado hasta los huesos. Mientras avanza por el pasillo va quitándose la ropa mojada y la va arrojando al suelo o al sofá. Antes de encaminarse hacia la ducha consulta el móvil. 4 llamadas perdidas en la última media hora. Sonríe al ver el nombre: Carlota. Hace meses que no la ve. Sin pensárselo dos veces marca su número, ansioso por saber a qué viene tanta urgencia.

-Pablo…
-¡Hola canija! ¡Me encanta que me hayas llamado! ¿Cómo estás?
-Pablo… Llevo llamándote toda la tarde. –No suena amable. Tal vez, piensa Pablo, está molesta porque no le ha cogido el teléfono.
-Si, perdona, tenía el móvil en casa y había salido. Oye, suenas rara, ¿estás bien?
-Tenemos que vernos. –No, la palabra no es molesta. Está… está fría. Gélida. Carlota no es así.
-Claro, claro, tengo muchas ganas. Puedo intentar hacerte un hueco esta semana, o la que viene… ¿Cómo de urgente es tu necesidad de verme? –añade Pablo para desdramatizar la situación. Dos segundos después, se arrepintió de haberlo dicho. Cinco segundos más tarde ni siquiera recordaba nada más allá de la contestación de Carlota.
-Pablo yo… quería decírtelo persona pero… es que… -Se produjo un silencio extraño, seguido de un sollozo y la verdad más dolorosa.- Pablo, Diego ha muerto.
Es curioso como, a veces, una simple frase puede cambiarte la vida.


El cielo está especialmente azul, como si invitara a la gente a salir a la calle y ser feliz. Como si les invitara a vivir.
Reunidos en torno a una pequeña lápida hay un grupo de gente, todos de negro. Se saludan unos a otros, con mensajes de aliento y lágrimas en los ojos. Mientras el cura dice unas palabras, un pequeño grupo se retira un poco. No hay que ser muy despierto para darse cuenta que no se retiran por falta de respeto, sino por exceso de dolor. No en vano, ellos cinco acaparan la mayoría de las miradas y palabras de condolencia.
-Siempre había pensado que los entierros se hacían en días lluviosos- dice Ángel. A su lado, Alba y Carlota, cogidas de la mano, se aguantan un sollozo y se secan las lágrimas. –Se me hace muy extraño estar aquí con tanto sol.
-Perderle es extraño. –Consigue decir Alba, sin dejar de llorar.- Y muy injusto.
La mano de Hugo se posa en su hombro y la reconforta. Ella, de manera casi inconsciente, se lleva la suya al vientre.
Pablo les mira a todos con el corazón encogido. Llevaban meses sin verse. Puede que más de un año sin quedar los cinco a la vez. Diego lo había vuelto a hacer: había logrado reunirles a todos. Desde luego que era injusto.
Es Carlota quien propone lo que todos tienen en mente.
-Chicos, ¿por qué no nos vamos de aquí? No quiero recibir más pésames. No quiero seguir hablando con esta gente de lo bueno que era y de la suerte que tuvimos al cruzarnos en su camino. Quiero ir a casa, brindar a su salud y recordar todas las veces que nos regañaba cuando corríamos por la piscina y nos pegábamos en el cuarto de baño. ¿Alguien se apunta?
Los cinco sonríen y se van retirando hacia la salida. Pablo se queda un momento más, mirando al horizonte junto a Hugo.
-Estás pensando lo mismo que yo.
-No fue un accidente.
-¿Y qué deberíamos hacer?
-De donde yo vengo…
-Que es de donde vengo yo…
-…quien la hace la paga. Y si la justicia se lava las manos tendremos que encargarnos nosotros.
-Sabes que cuentas conmigo.
-Lo sé, hermano. Y hablaremos de todo ello, pero ahora no. Esta noche es de Diego. Quiero que se sienta orgulloso del pedo que nos vamos a coger.
-Si, como aquella vez que nos pilló llegando a casa a la una con 16 años –dice Hugo con una sonrisa.
-Aquel día casi dormimos en la calle.
Los dos sueltan tal carcajada que parte de la gente que está junto a la lápida se gira para mirarlos, aunque a ellos les da igual. Se dan la vuelta y, entre risas, se unen a sus amigos.

-¿Qué hacíais? –Pregunta Carlota, algo inquisitiva. Pablo se da cuenta de que parte de la alegría que la caracterizaba se ha ido con Diego, y quién sabe si volverá.
-Hablando de unas cosas… que ya os contaremos en su momento. Esta noche no, esta noche hay un objetivo: contar batallitas al más puro estilo abuelo.
-Me pido contar la de la excursión a las barcas del Retiro.- Dice Ángel.
-Me encanta esa historia. La imagen de Hugo empapado y rodeado de patos no se me olvidará en la vida.
Los cinco se ríen, entran al coche y ponen rumbo a la nostalgia. Esa noche es de ellos y de Diego, que les dio un hogar y les vio crecer. Esa noche es para recuperar historias y fortalecer los lazos. Van a necesitar estar muy compenetrados para salir con éxito del lío en el que están a punto de meterse.
Pero esa, como siempre, es otra historia.

domingo, 23 de mayo de 2010

Cae la tarde en Madrid

Algún día escribiré sobre el amor profundo que le tengo a la capital de la Península.
Pero hoy no tengo tiempo. Sin embargo, os dejo con una de las mejores fotos que le he hecho a Madrid en mucho tiempo (y mira que me gusta retratarla en todos los ambientes).

Para que luego digan que se necesita una playa para un atardecer de película.

Felices exámenes a todo el mundo. Que la suerte os acompañe.

lunes, 17 de mayo de 2010

Idiota

-No sé si lo haces aposta o es que cada día te vuelves más idiota.
-Lo hago a posta; intento ponerme a tu nivel.

martes, 11 de mayo de 2010

La falta de costumbre

-Oye, estás muy guapa.
-Llevo una camiseta corriente y los mismos vaqueros de ayer. Va a haber sexo de todas formas, así que puedes ahorrarte el piropo.
-No, pero... si lo digo en serio. Estás muy guapa. No se si es el pelo o qué... pero tienes un brillo especial.
-Ah.. ah... perdona. Gracias. Es la falta de costumbre.
-No te procupes, lo convertiremos en algo cotidiano.

jueves, 6 de mayo de 2010

Espera sentado

Víctor se acerca a la mesa de Sandra mientras ella recoge sus cosas. Está guapísima, tiene el pelo mas claro gracias al sol y lleva una camiseta verde que le resalta los ojos. Ella le dedica un vago saludo levantado la cabeza y sigue recogiendo. Víctor le sonríe.
-¡Cuánto sin verte! ¿Cómo estás? Hace mucho que no se nada de ti.
-Porque hace mucho que no me llamas.- Contesta Sandra, bastante seca. “De hecho, hace tiempo que dejé de esperar una llamada tuya”, piensa.
-Lo siento, si. La verdad es que he estado bastante liado…
-Ya, seguro. Perdona, tengo algo de prisa.

Sandra cierra su mochila, se la echa al hombro y se dirige a la puerta. Víctor recoge su carpeta y corre detrás de ella.

-Vale, lo admito, he estado muy ausente. ¿Me perdonas si te invito a cenar?
Sandra sonríe antes de darse la vuelta. Es increíble, basta con no hacerles caso para que vengan detrás. Pero, qué narices, ¿por qué no seguirle el juego?
-Puede, si. Pero sólo si es en un lugar público.
-¡Ja! ¿Y eso? ¿Te da miedo el efecto que pueda ejercer sobre ti en un ambiente íntimo? –Y, mientras lo dice, Víctor le echa una de esas miradas que hace unas semanas habrían hecho que a Sandra le temblaran las piernas. Pero ella se da cuenta de que no volverá a caer en su red cuando esa mirada no le hace sentir absolutamente nada.
-No, temo el efecto que puedan hacerte mis encantos sin nadie alrededor.

Abre la puerta y, antes de que se adentre en la acera, Víctor insiste:
-Entonces, ¿qué? ¿Cenamos?
-Si, si. Llámame. O, mejor, ya te llamaré yo.
-Perfecto, cenamos donde tu digas ¿eh? Para que veas. Espero tu llamada entonces.

Sandra baja las escaleras y suspira. Se gira y le ve ahí, despidiéndose con la mano, y le da hasta lástima. Aunque luego, al darse cuenta de quien es, de lo que le ha hecho, ese sentimiento desaparece. Mientras se pone los cascos, piensa: “ya puedes buscar una silla, porque si esperas de pie vas a cansarte bastante.”

domingo, 2 de mayo de 2010

Si no quiero mirarla contigo

-No lo entiendes. ¡Nadie te va a querer como yo! Nadie va a tratarte como yo te he tratado, ni se va a portar tan bien contigo. Yo te lo habría dado todo, ¡todo! Estaba dispuesto a beberme los vientos por ti, a bajarte la Luna y a abandonarlo todo por ir donde tú me llevaras, estar donde fuera con tal de que estuviéramos juntos. No sólo me dejas a mí, abandonas la posibilidad de ser feliz como nunca lo has sido. Atraviesa esa puerta y estarás cometiendo un gran, gran error.
-Creo que el que no lo entiende eres tú. ¿De qué me sirve todo eso? ¿De qué me sirve que lo dejes todo si yo no quiero que me sigas? No me interesa que vayas tras de mí, no te lo he pedido nunca ni creo que una relación pueda basarse en eso. Puede que nadie me trate como tú, pero no quiero vivir como una reina con alguien a quien no quiero. No me sirve de nada tener la Luna si no quiero mirarla contigo.

miércoles, 21 de abril de 2010

Musas

Pido perdón por mi ausencia, pero con esto del buen tiempo las musas deben de estar todas tiradas en algún césped y ya no vienen a verme.
Bueno, a veces se asoma alguna y me susurra una idea al oído, pero lo hace tan bajito que apenas la oigo. Y, además, la falta de tiempo por las prácticas tampoco ayuda a desarrollar las pocas ideas que se me ocurren.

Pero ahora, estaréis pensando, llueve. ¿No hará eso que las musas se recojan y te echen una mano?
Pues no, porque ellas no sólo se alimentan de los rayos del sol, sino también de la lluvia de primavera, esa fina que te moja sin empaparte, y con una temperatura tan agradable que puedes ir por la calle sin sentir nada de frío.
A las musas les gusta bailar al ritmo del sonido que hacen las gotas al caer en el suelo, al golpear los coches y mojar los árboles. Saltan de charco en charco, ociosas, olvidándose de que los hay que las necesitamos y esperamos en casa, frente al ordenador, sin nada que contar.

Si alguien ve una sombra, un halo fugaz de luz entre las gotas de lluvia, por favor, susurrarle bajito que no deja de ser una musa, y que, aunque a todos nos gusta chapotear en primavera, también tenemos que cumplir con nuestras obligaciones y dotar a los blogeros de historias que contar.

Volveréis a saber de mí tan pronto como yo vuelva a saber de ellas.

sábado, 10 de abril de 2010

-El otro dia me acordé de tí.
-¿Si? ¿Por qué?
-¿Acaso necesito un motivo para pensar en tí?

domingo, 4 de abril de 2010

Nadando en los ojos de Bea

El sol brilla justo encima de las montañas. Calienta lo suficiente para estar a gusto sin tener demasiado calor, lo que suele calentar el sol una tarde de verano. Bea está sentada frente al mar y deja que su mirada se pierda entre las olas, dejándose llevar por la calma de esa inmensidad azul.
A su lado, Ricky está tumbado en la arena con los ojos cerrados, como si estuviera absorbiendo cada rayo de sol que cae sobre él. Mientras, Matías se fuma un cigarrillo y juguetea con la arena de sus pies. Al girar la cabeza descubre a Bea y su mirada perdida, y la contempla mientras da una calada.
Bea, que se da cuenta, sonríe.

-¿No os parece precioso?- pregunta Bea sin apartar la vista del frente.
-¿El qué?- dice Ricky con los ojos aún cerrados.
-El verano. El mar. Esta playa.
-El mar siempre es relajante.
-No, este no es un mar cualquiera. No hay arena más blanca, ni olas más azules, que las de este sitio. Venimos aquí cada verano, ¿eso no la hace especial? Si tuviera que elegir una cosa, una sola cosa que mirar el resto de mi vida sería esta playa. Podría sentarme aquí eternamente a ver ir y venir el mar y no me cansaría nunca.
Matías la mira con algo de escepticismo.
-Que profunda te pones, Beita. Si yo sólo pudiera elegir mirar una cosa… bah, no tengo ni idea de lo que elegiría. Hay demasiadas cosas que ver en la vida.
-Desde luego, era sólo una suposición. Además, ¿en cuantos lugares, a parte de relajarte, puedes darte unos baños como los que te das aquí?- Mientras lo dice, Bea se levanta y sacude sus manos llenas de arena contra sus piernas. –Venga, vagos, animaos y bañaos conmigo.
Y echa a andar hacia la orilla. El viento le agita el pelo, largo, liso y moreno, que contrasta con su piel increíblemente blanca. Sin pensárselo dos veces, se va adentrando poco a poco en el mar mientras se gira y hace gestos con los brazos para que sus dos amigos la sigan.
Desde la arena Matías sigue fumando y rechaza la idea de ese baño. Ricky, que ahora tiene los ojos bien abiertos, no puede apartar la mirada del agua.
-Si yo tuviera que mirar una sola cosa el resto de mi vida, ¿sabes cual sería? –Matías gira la cabeza y le mira, esperando la respuesta.- Ella. Podría pasarme horas, días, meses mirándola y admirándola y no me cansaría nunca. Me encantaría adentrarme en sus ojos como ella acaba de adentrarse en el mar, y nadar allí eternamente.
-¿Y se puede saber por qué me cuentas eso a mí? Os ponéis profundos siempre con la persona equivocada… Metete en el agua y dile a ella todo eso. Échale un par de huevos por una vez, que lleváis todo el verano mareando la perdiz. Hazme caso, ya me lo agradecerás en el brindis de vuestra boda.
Ricky suelta una carcajada y se pone de pie. Mientras se encamina hacia el agua va cogiendo fuerzas. Respira hondo y la mira, en el agua, con el pelo empapado y haciéndole señas con los brazos, y entiende que es ahora o nunca, que tiene que decírselo, dar la cara, ser valiente y darse una oportunidad. Matías tiene razón, ella debe oír todo eso que siente. Y con este pensamiento se mete corriendo en el agua, salpicando a Bea que le espera risueña entre las olas.

Desde lejos, Matías les mira y sonríe. Ojalá que les salga bien. Ojalá sean felices juntos.
Ojalá se den cuenta de una vez de lo mucho que se quieren.

viernes, 26 de marzo de 2010

Indirectas

La casa está llena de gente. Siempre ocurre lo mismo cuando organizan estas fiestas: invitas a unos amigos, que invitan a unos amigos... y al final el salón se desborda. Hay tanta gente que Marta y Nerea pueden hablar de él sin preocuparse de que las oiga nadie. Entre el volumen de la música y el nivel de alcohol que empieza a reinar en el ambiente nadie les presta especial atención.

-Entonces, ¿qué? ¿Vas a decirle algo?- pregunta Marta antes de darle un sorbo a su copa.
-Es que… se me da mal hablar de esto.
-Pues no le hables; mándale indirectas: una sonrisa, un gesto, se amable, coquetea… Venga tía, ¡que pareces nueva! Además, te he visto hacerlo mil veces.
Nerea apoya su hombro en la pared mientras le ve a lo lejos, por encima de Marta, hablando con dos amigos.
-Ya, pero nunca me había puesto tan nerviosa, y eso me preocupa. No quiero irle de frente porque diré lo que no debo y acabaremos discutiendo.
Marta sonríe para dar ánimos a su amiga. Se nota que está como un flan, pero claro, el chico le gusta y no puede dejar que se vuelvan a entrometer.
-Hazme caso,- insiste- indirectas. Si es un tío listo, lo pillará.

Iván, que está justo detrás de ellas rellenando la cubitera, sonríe al oír esto último y se acerca con un plato de aceitunas.
-Si queréis mi humilde opinión masculina, los hombres no entendemos las indirectas. Y menos aún en este caso, que hay un pasado turbio y confuso.
Marta le mira, cada vez más confundida.
-Entonces, ¿qué hago?
-Ahuécate el escote, insinuaté, haz todos los comentarios posibles con doble sentido mirándole… Y si todo eso falla, metete en su cama antes de acabe la fiesta. Por si acaso, su cuarto es del final del pasillo a la izquierda. El de la derecha es el mío.
Marta se mete de por medio antes de que siga hablando.
-Ni le escuches Nerea.
Ella duda.
-¿Sabes qué es lo peor? Que fijo que esas cosas funcionarían.
-Conmigo, seguro.- Añade Iván. Y se aleja mirándolas mientras se mete una aceituna en la boca.

Nerea suspira.
-Pues si que me habéis ayudado. Entonces, ¿qué? ¿Le hablo? ¿Me insinúo? ¿Le enseño una teta?
Marta apura su copa y sentencia:
-Tú hazme caso y prueba con las indirectas… que yo voy a meterme en la cama de Iván.- Nerea la mira sorprendida mientras ella se aleja descarada y, justo antes de desaparecer entre la multitud, se gira -Ha dicho que es la de la derecha, ¿no?
Ambas se sonríen.

11 horas después, con algo de resaca y la cara lavada, vuelven a encontrarse en la misma cocina.
Y la sonrisa, esta vez, es aún más grande.

domingo, 14 de marzo de 2010

Con un beso

Murió anoche, con un beso.
Era tarde y llovía. Ni siquiera teníamos pensado pasar por allí, pero se había quedado buena noche y preferimos dar una vuelta. Le vimos al otro lado de la calle, ella cruzó corriendo para saludarle. Él le dio un beso casual, rápido, pero fue suficiente para que se esfumara para siempre. La vi desplomarse en el suelo, de golpe, y no puede hacer nada por ella. Cuando quise darme cuenta ya se había ido.

Mi esperanza murió anoche, al ver como él se besaba con otra.
Yo, que la quería, que la necesitaba, la echaré de menos.

domingo, 7 de marzo de 2010

-Dime que no.
-¿Que te diga que no a qué?
-A todo. A lo que sea. A lo que yo te pida.
-¿Por qué?
-Porque estoy cansada de que me consientan. ¿Lo harás?
-No.
-¿No?
-No. Porque eso sería consentirte. Si me preguntas algo, si me pides algo, seguiré contestando lo que me dé la gana.
-Gracias... supongo.

sábado, 27 de febrero de 2010

Ser feliz

Que te sonrían en el metro; que te dé el sol mientras esperas el bus; que anulen una clase; recibir un sms porque sí; tener noticias de alguien que hace mucho que no ves; encender la radio y que estén poniendo tu canción favorita; conocer a alguien; encontrar un céntimo en el suelo; que te propongan un plan inesperado e inmediato; los días de primavera; acertar absurdamente una pregunta del trivial; una buena película; descubrir que una canción expresa exactamente cómo te sientes después de escucharla 100 veces; que te abracen cuando lo necesitas sin necesidad de pedirlo; la nieve; encontrar a un conocido en el tren; las fresas con azúcar; cruzarte con esa persona que te encanta de la facultad; pensar que es miércoles cuando en realidad es jueves; despertarte un domingo y darte cuenta de que tienes toda la mañana para seguir durmiendo; tomar una cervecita con los amigos; tumbarse en el césped los días de calor; encontrar unas fotos que hacía años que no veías; que te salga en el mp3 una canción que te recuerda a un momentazo de la última fiesta; mantener una conversación absurda durante horas; rememorar una anécdota olvidada; comerse la masa de las croquetas cruda; que el autobús llegue justo cuando tú llegas a la parada; escribir notitas en clase; acostarse tarde; levantarse tarde; que te cuenten un buen chiste seguido de uno malo, que siempre hace gracia; tocar la arena con los pies; los vasos de leche con cola cao antes de dormir; los finales felices; que te dejen un buen libro; llorar de la risa; ver a un bebé en cochecito; enterarte de un secreto; la luna llena; descubrir que tienes algo en común con alguien; el olor a rosa; pintar con plastidecors en un folio en blanco; la pasta que hace tu madre.

Hay tantas cosas por las que sonreír a diario que me cuesta mucho entender a la gente que siempre está de mal humor.
¿Cuales se os ocurren?

viernes, 12 de febrero de 2010

Backstage

Fue un amor muy corto, una aventura pasional de backstage. Y aunque para mi fue el mejor concierto de mi vida, sé que para ti sólo fui otra más en la lista de grupis de revolcón.
Pero, a pesar de ello, en los días malos me gusta ponerme los cascos, cerrar los ojos e imaginar que me cantas al oído; me gusta pensar que en realidad esa canción está escrita para mí.

jueves, 4 de febrero de 2010

En los rellanos no llueve

El cielo truena. Paula se asoma a la ventana y comprueba que unos terribles nubarrones están tomando la ciudad. En cuestión de horas estará todo empapado. Afortunadamente ella no piensa salir de casa. Ya lleva el pijama puesto y se dispone a tomarse una taza de té cuando llaman a la puerta. No espera a nadie, nunca espera a nadie, y menos ahora que deben estar todos en el aeropuerto, llevando a cabo la “gran despedida”. No está triste por no haber ido, no habría sabido qué decirle, nunca supo decir adiós a la gente. En su vida las personas entraban y salían sin permiso y sin explicaciones. Un día estaban y, al siguiente, no. Era duro, pero también más sencillo, y Paula ya estaba acostumbrada a vivir sin esperar nada de nadie a largo plazo.

Vuelven a llamar. Arrastrando los pies en las zapatillas de estar por casa, Paula deja la taza en la mesa del salón y va a abrir. Cual es su sorpresa al verle allí, en la puerta de su casa y sin maletas.
-Hola.
-Hola, -contesta Paula extrañada- ¿no deberías estar en el aeropuerto?
-Si, bueno… Es que no… no quería irme sin probar una cosa.
Y así, sin más, la besa en mitad del rellano. Un beso corto, tímido, pero muy esperado. Cuando se separan, Paula no entiende nada y no sabe exactamente qué decir. Se quedan mirándose unos segundos, y luego él se lleva la mano a la boca, torciendo el labio en un gesto que a ella no acaba de gustarle.
-Bueno y… ¿qué? ¿No vas a decir nada?
Él levanta la vista y sonríe de medio lado.
-Creo que ha merecido la pena dejar escapar ese avión.

domingo, 31 de enero de 2010

Plumas de mil colores

Pablo tiene el pelo muy rubio y la cabeza llena de pájaros. Le gusta crear ideas absurdas, alocadas y divertidas y darles alas de todos los colores. Aunque, en realidad, él nunca deja volar su imaginación, nunca deja que los pájaros vuelen más allá de su cabeza.
Nuria tiene la cara llena de pecas y en su cabeza ya no quedan pájaros. Cuando se le ocurre alguna idea descabellada la lleva a cabo, la grita a los cuatro vientos, la deja en libertad para que pueda volar a cualquier rincón del mundo.

Pablo y Nuria quedan todos los martes enfrente de su portal para tomar un helado. Él siempre se pide un cucurucho de chocolate, mientras que Nuria cada día se pide un sabor y un tipo diferente. Y así, con un helado de por medio, hablan de cómo les ha ido la semana. Además, todos los martes Pablo lleva un pájaro nuevo para compartir y regalarle a Nuria. Se los lleva de todo tipo: historias de viajes imposibles, secretos que se guardan debajo de la cama, cuentos que ocurren en lugares muy lejanos o tipos de helado que sólo se pueden saborear con la imaginación. Nuria le escucha encantada y fascinada, y se lleva cada martes su nuevo pájaro a casa. El problema es que Nuria no puede mantener su jaula cerrada, y antes de que se vuelvan a ver ya le ha dejado volar, haciendo realidad lo imposible y haciendo que los vergonzosos secretos no parezcan tan terribles. Fue ella la que le llevó un fin de semana de viaje a la tierra de las montañas de chocolate, donde los ríos son de leche y los volcanes escupen caramelo, y la que le consiguió la dirección de la librería de cuentos de dragones más grande del mundo. Le consiguió una cita con una verdadera madrastra de cuento, fueron juntos a clases para aprender el idioma de las hormigas y le regaló por su cumpleaños una manta de conchas de playa. Incluso, una vez, consiguió llevarle en un tarro polvo dorado de hada para cuando quisiera volar.

El único pájaro que Pablo aún no le ha enseñado a Nuria es uno rojo, brillante, con plumas de colores al final de las alas y cola larga y dorada, como un ave fénix. Es ese que habla del amor por Nuria, de cómo le encanta como se le mancha la nariz de helado o como le mira con esos ojos azules cada vez que él le cuenta una historia. A Pablo le da miedo que a Nuria no le gusten lo pájaros rojos, se enfade con él y ya no quiera volver a verle ningún martes para comer helado o no quiera volver a luchar contra los piratas el último sábado de cada mes.

Un martes Nuria llega con algo enorme entre las manos cubierto con una tela azul marino llena de estrellas. Lo deja encima de su mesa de la heladería y espera impaciente a que Pablo aparezca por la puerta.
-¿Y eso tan grande?
-Es para ti. Es un regalo.
-¿Un regalo?
-Si. He encontrado algo aún mejor que las palomas mensajeras, además es más bonito. Así nos comunicaremos de forma más rápida cuando me quieras mandar un mensaje desde tu guarida.
Y entonces retira la tela estrellada y deja al descubierto una enorme jaula dorada donde hay un precioso pájaro rojo, con plumas de colores en las alas y una larga y azulada cola. Pablo lo mira sin poder creérselo.
-¿A ti… a ti te gustan los pájaros rojos?
Nuria está jugueteando con el ave, dándole pipas a través de los barrotes.
-Son mis favoritos. ¿A ti no te gustan?

Pablo siente una alegría por dentro tan inmensa que por fuera le sale la sonrisa más grande que jamás había tenido.
-A mi también. De hecho, el pájaro que hoy traigo para ti se parece mucho, mucho a ese.

martes, 26 de enero de 2010

Historias de biblioteca

Te das cuenta de que han llegado los examenes cuando empiezas a ver a gente a la que solo ves en la biblioteca.
Y empiezas a darte cuenta de que te haces mayor cuando ya no ves a la gente de la biblioteca porque se han graduado.
Ay,como pasa el tiempo...

miércoles, 20 de enero de 2010

Premios y noticias

Bueno bueno bueno!!estoy emocionadisima porque ma han concedido un premio por partida doble!!!=)Y me hace ilusión por las dos partes,que quede claro,eh?


El caso,he recibido el premio de princesita(como bien se ve en la foto) y procedo con el ritual que ello conlleva.
1. Dar las gracias a quien me lo ha otorgado: Gracias chicas!!!Sois geniales las dos,me haceis ponerme colorada de pensarlo!!
2. Nombrar a un autor que te encante: Cecelia Ahern
3. Nombrar un autor que destaques: Laura Gallego
4. Un libro que te encante: La Sombra del Viento
5. Qué te emociona siempre: Una historia con final feliz (las de final infeliz no emocionan,te ponen triste)
6. Algo que odias: La falta de sentido del humor y sentirme impotente ante algo.
7. Pasarlo a siete blogs:
Dextrocardiaco , por sus reflexiones;
mariajo , por sus relatos con corazón;
looking like a superstar , por alegrarme la vista;
Retazos de sueños , por alegrarme el corazón;
la señorita Isa , a pesar de su ausencia, porque me encantaba cuando el blog estaba "vivo";
sobre la linea de puntos , porque me encanta como la señorita *aidanone ha reunido en un solo blog tanto talento;
the blue room , por inspirarme para crear uno nuevo.
Y esa es la parte de la noticia. Un monton de fotos a la derecha de la pagina se me han quedado cortas para poner todos los momentos,citas y peliculas que me inspiran al escribir. He creado un nuevo blog que aun está en construccion, predonad que la pagina esté algo vacia y en obras,ok?
Solo lo digo por si quereis echar un ojo...o no,que nadie os obliga!!
En fin,muchas gracias por el premio y por el tiempo.
Y suerte en los examenes a quien le toque!

jueves, 14 de enero de 2010

Optimismo

-¿Crees que si cierro mucho los ojos desaparecerá todo lo malo?
-No. Pero creo que si los abres bien podrás ver todo lo bueno.

domingo, 10 de enero de 2010

Enredada en tus pestañas

¿Te lo han dicho alguna vez? Tienes unos ojos preciosos. No se por qué, pero me fascinan.
A pesar de ser quien eres, a pesar de ser como eres, tienes la mirada más dulce y traviesa que he visto jamás. Creo que tiene que ver con como arqueas esas enormes cejas oscuras cuando hablas. Las levantas, y me miras, y me haces mucha gracia porque esas cejas no te pegan, son demasiado grandes, demasiado prominentes para tu carita huesuda y demasiado morenas para tu piel pálida. Y aún así te quedan bien.
O tal vez sean esas pequeñas pecas, cada vez más invisibles, que hay en lo alto de tus pómulos. Cuando sonríes y tus ojos se achinan se juntan todas al final de tu sonrisa, y me encanta.
Estoy casi convencida de que tus pestañas tienen mucho que ver. Deben de ser las pestañas más largas del mundo. Me pasaría la tarde viéndote parpadear como lo haces, de forma casual, sin ser consciente del efecto que tiene cada parpadeo en mí, sin saber que cuando te miro al hablar en realidad me cuesta mucho concentrarme porque me quedo absorta mirando los cientos de pestañas que me saludan desde tus ojillos marrones.
Aunque, posiblemente, lo que más me guste de tu mirada sea como me miras cuando me río. Tú dices tonterías y yo me río a carcajadas, carcajadas sinceras, porque siempre tienes un comentario ingenioso que hacer, y después me miras agradecido, como si en realidad no fuera tan gracioso pero yo fuera de risa fácil. Me gusta cuando intentas hacerte el interesante, entrecerrando los ojos y juntando las cejas, para que yo crea que he dicho algo sin sentido y me sienta intimidada, cosa que consigues aunque yo intente disimularlo. Me encanta cuando, desde tus ojos de niño, me miras y yo busco mil significados en esa mirada, aunque no sepa siquiera por qué me estás mirando. Me basta con saber que no sólo me miras, también me ves.

No se si te lo han dicho alguna vez, pero tienes una mirada fascinante…

viernes, 1 de enero de 2010

8 Pisos

Gonzalo llega empapado al portal y entra corriendo. En el vestíbulo, junto al ascensor, está Claudia, que le saluda con un formal “buenas tardes”, como si no se conocieran de nada. Como respuesta Gonzalo levanta la barbilla y sonríe, como si se conocieran de siempre. En realidad es más o menos así. Claudia y Gonzalo son vecinos desde que ella se mudó con sus padres al piso de debajo del de él a los 9 años. Desde entonces se encuentran al ir a clase, al volver, al salir los viernes… Y no pasan del “buenas tardes” de rigor.
El ascensor llega y Gonzalo sujeta la puerta invitando a Claudia a entrar. Ella pasa delante suyo y se vuelve para preguntarle “octavo, ¿verdad?”. Como si no lo supiera, piensa Claudia. Él, por toda respuesta, le sonríe una vez más y cierra el ascensor. Es el minuto y medio mas largo del día, 8 pisos eternos… y maravillosos.

Primera planta. Ambos miran al suelo para que sus miradas no coincidan. Claudia se fija en las Converse rojas empapadas de Gonzalo y se ríe al recordar aquella vez que subieron juntos después de la gran nevada y él iba calado hasta los huesos y llevaba nieve por todo su pelo negro.

Segunda planta. Gonzalo empieza a frotarse los dedos con la uña del pulgar. Es lo que hace cuando está nervioso. Entonces se fija en la mano de Claudia: una mano con dedos finos y unas bonitas y cuidadas uñas pintadas de marrón. Le gustan las uñas marrones, le recuerdan al chocolate. Por un momento se pregunta si Claudia sabrá a chocolate. Pero intenta apartar rápidamente esos pensamientos de su cabeza aunque, sin darse cuenta, sonríe.

Tercera planta. Claudia levanta la cabeza y se encuentra con la sonrisa de Gonzalo. Le sonríe de vuelta, de una forma cordial y cálida al mismo tiempo. No se había fijado nunca, pero le gusta su sonrisa. Siempre ha pensado que debajo de esos grandes hombros y ese acento castizo hay un chico dulce, pero nunca se ha atrevido a comprobarlo. Tal vez debería decirle algo…

Cuarta planta. Gonzalo sigue mirando a Claudia. Al sonreír parece un ángel. La recuerda el día que se mudó, que apareció en el portal con su pelo castaño recogido en dos trenzas larguísimas… Ahora no quedaba rastro de esas trenzas, pero aún así estaba guapísima con la melena revuelta y empapada por la lluvia. Le dieron ganas de alargar la mano y retirarle un mechón de la cara, pero se contuvo.

Quinta planta. “Menuda está cayendo, ¿eh?”, suelta de pronto Claudia en voz alta. E, inmediatamente después, se siente totalmente estúpida. “Si… una buena. Así vengo yo…” Y, mientras lo dice, Gonzalo se sacude la cabeza y la salpica. Claudia sonríe y nota como, al hacerlo, a Gonzalo le brillan los ojos de forma especial. O eso le ha parecido ver.

Sexta planta. Otro silencio incómodo. A Gonzalo le gustaría continuar la conversación, pero no se le ocurre nada inteligente que decir, bastante idiota ha parecido ya con el numerito de sacudirse el pelo como un perro. Mejor quedarse callado.

Séptima planta. Se abre la puerta y, lentamente, Claudia sale del ascensor. “Hasta luego” dice Gonzalo antes de que ella cierre la puerta, “y abrígate para la próxima, que no es época para ponerse enferma”. Claudia se gira y contesta “no te creas. Un par de días tirada en el sofá no hacen daño a nadie, ¿no? Hasta luego”. Y le dedica la mejor de sus sonrisas antes de cerrar el ascensor.

Octava planta. Gonzalo sale del ascensor y se pregunta por qué narices es tan retrasado, por qué lleva 10 años sin mantener una conversación con el ángel que vive en el piso de abajo. Lo que Gonzalo no sabe es que Claudia se pregunta lo mismo desde su séptimo cielo. Y puede que algún día lo consigan… pero esa ya es otra historia.