miércoles, 21 de abril de 2010

Musas

Pido perdón por mi ausencia, pero con esto del buen tiempo las musas deben de estar todas tiradas en algún césped y ya no vienen a verme.
Bueno, a veces se asoma alguna y me susurra una idea al oído, pero lo hace tan bajito que apenas la oigo. Y, además, la falta de tiempo por las prácticas tampoco ayuda a desarrollar las pocas ideas que se me ocurren.

Pero ahora, estaréis pensando, llueve. ¿No hará eso que las musas se recojan y te echen una mano?
Pues no, porque ellas no sólo se alimentan de los rayos del sol, sino también de la lluvia de primavera, esa fina que te moja sin empaparte, y con una temperatura tan agradable que puedes ir por la calle sin sentir nada de frío.
A las musas les gusta bailar al ritmo del sonido que hacen las gotas al caer en el suelo, al golpear los coches y mojar los árboles. Saltan de charco en charco, ociosas, olvidándose de que los hay que las necesitamos y esperamos en casa, frente al ordenador, sin nada que contar.

Si alguien ve una sombra, un halo fugaz de luz entre las gotas de lluvia, por favor, susurrarle bajito que no deja de ser una musa, y que, aunque a todos nos gusta chapotear en primavera, también tenemos que cumplir con nuestras obligaciones y dotar a los blogeros de historias que contar.

Volveréis a saber de mí tan pronto como yo vuelva a saber de ellas.

sábado, 10 de abril de 2010

-El otro dia me acordé de tí.
-¿Si? ¿Por qué?
-¿Acaso necesito un motivo para pensar en tí?

domingo, 4 de abril de 2010

Nadando en los ojos de Bea

El sol brilla justo encima de las montañas. Calienta lo suficiente para estar a gusto sin tener demasiado calor, lo que suele calentar el sol una tarde de verano. Bea está sentada frente al mar y deja que su mirada se pierda entre las olas, dejándose llevar por la calma de esa inmensidad azul.
A su lado, Ricky está tumbado en la arena con los ojos cerrados, como si estuviera absorbiendo cada rayo de sol que cae sobre él. Mientras, Matías se fuma un cigarrillo y juguetea con la arena de sus pies. Al girar la cabeza descubre a Bea y su mirada perdida, y la contempla mientras da una calada.
Bea, que se da cuenta, sonríe.

-¿No os parece precioso?- pregunta Bea sin apartar la vista del frente.
-¿El qué?- dice Ricky con los ojos aún cerrados.
-El verano. El mar. Esta playa.
-El mar siempre es relajante.
-No, este no es un mar cualquiera. No hay arena más blanca, ni olas más azules, que las de este sitio. Venimos aquí cada verano, ¿eso no la hace especial? Si tuviera que elegir una cosa, una sola cosa que mirar el resto de mi vida sería esta playa. Podría sentarme aquí eternamente a ver ir y venir el mar y no me cansaría nunca.
Matías la mira con algo de escepticismo.
-Que profunda te pones, Beita. Si yo sólo pudiera elegir mirar una cosa… bah, no tengo ni idea de lo que elegiría. Hay demasiadas cosas que ver en la vida.
-Desde luego, era sólo una suposición. Además, ¿en cuantos lugares, a parte de relajarte, puedes darte unos baños como los que te das aquí?- Mientras lo dice, Bea se levanta y sacude sus manos llenas de arena contra sus piernas. –Venga, vagos, animaos y bañaos conmigo.
Y echa a andar hacia la orilla. El viento le agita el pelo, largo, liso y moreno, que contrasta con su piel increíblemente blanca. Sin pensárselo dos veces, se va adentrando poco a poco en el mar mientras se gira y hace gestos con los brazos para que sus dos amigos la sigan.
Desde la arena Matías sigue fumando y rechaza la idea de ese baño. Ricky, que ahora tiene los ojos bien abiertos, no puede apartar la mirada del agua.
-Si yo tuviera que mirar una sola cosa el resto de mi vida, ¿sabes cual sería? –Matías gira la cabeza y le mira, esperando la respuesta.- Ella. Podría pasarme horas, días, meses mirándola y admirándola y no me cansaría nunca. Me encantaría adentrarme en sus ojos como ella acaba de adentrarse en el mar, y nadar allí eternamente.
-¿Y se puede saber por qué me cuentas eso a mí? Os ponéis profundos siempre con la persona equivocada… Metete en el agua y dile a ella todo eso. Échale un par de huevos por una vez, que lleváis todo el verano mareando la perdiz. Hazme caso, ya me lo agradecerás en el brindis de vuestra boda.
Ricky suelta una carcajada y se pone de pie. Mientras se encamina hacia el agua va cogiendo fuerzas. Respira hondo y la mira, en el agua, con el pelo empapado y haciéndole señas con los brazos, y entiende que es ahora o nunca, que tiene que decírselo, dar la cara, ser valiente y darse una oportunidad. Matías tiene razón, ella debe oír todo eso que siente. Y con este pensamiento se mete corriendo en el agua, salpicando a Bea que le espera risueña entre las olas.

Desde lejos, Matías les mira y sonríe. Ojalá que les salga bien. Ojalá sean felices juntos.
Ojalá se den cuenta de una vez de lo mucho que se quieren.