jueves, 23 de abril de 2009

Tarde de café

-¿Me lo vas a contar?
- ¿El qué?
-Tú sabrás. Pero desde luego tienes algo que contarme. Si no ya me dirás qué hacemos aquí.
-Muy bonito. O sea, ¿que si te invito a un café es sólo porque necesito hablar de algo? ¿No puede ser porque me apetezca verte?
-Podría ser. Quizás me ha despistado que lleves toda la tarde con la mirada perdida, que tenga que repetírtelo todo tres veces, que tengas esa cara de no haber dormido o que lleves más de diez minutos dándole vueltas al café, que ya estará frío, por cierto.

Laura dejó el café y miró de golpe a su amiga. No podía ocultárselo, a ella no. Y, además, sino se lo contaba a alguien posiblemente acabara reventando.

-He cometido un error.
-¿De qué tipo? ¿Error tipo “la he cagado en el curro y me van a despedir”; del de “ayer bebí mucho y hice cosas que jamás habría hecho”; o más bien del tipo “he hecho algo indebido con el novio de mi mejor amiga”?
-Pues… en realidad es un poco de los tres. Es que… bueno…
Los ojos de Marta se abrieron repentinamente.
-Dime que no…
-A ver, no lo planeamos, surgió y punto. Y, para serte sincera, tampoco me arrepiento demasiado. Y tampoco es para tanto, ¿no? Al fin y al cabo lo dejaron hace unas semanas. De hecho fue ella quien le dejó, con lo que no puede decirme nada.

Marta la miraba con la boca abierta, sin saber si reprocharle su noche loca o aplaudirla por haberse dejado guiar por sus instintos por una vez.

-No se, fue… fue bonito, ¿sabes? Por raro que suene, porque íbamos algo borrachos, fue como si supiéramos que iba a pasar. Y fue tan genial…
-No hagas eso.
-¿Hacer qué?
-Poner esa cara. No te enamores de él.
-¿Cómo? ¡Ni hablar! Sólo digo que no estuvo mal. Además, eres tú la que siempre has dicho que hacíamos buena pareja y que si teníamos cachondeito, y feeling, y bla, bla, bla…
-Ay madre. Que te has enamorado de verdad.
-¡Que no!
-¡Te estás justificando! ¡Y me haces sentir culpable por algo que no he hecho yo, sino tú!
-Yo no… no me justifico… sólo digo que si pasó fue porque tenía que pasar. Y que Julia no tiene derecho a enfadarse porque ya ni eran novios ni nada. Y punto.
-Laura mírame. Mírame a los ojos y dime seriamente que no sientes absolutamente nada por él. Por favor.
-No pienso hacerlo. No tengo que demostrarte nada.
-Vale. Entonces supongo que como no fue nada se lo vas a contar a Julia, ¿no? Además, es algo que imagino que no se va a repetir…
Laura bajó la mirada de golpe.
-Porque no se va a repetir, ¿verdad?
-Hemos quedado esta tarde. ¡Pero sólo para hablar! Tenemos que aclararlo, saber bien qué pasó, ver si se lo contamos o no a Julia… quiere que sigan siendo amigos, ¿sabes? Y eso es bonito. Así que no puedes decir nada porque no sé lo que vamos a hacer.
-Te estás metiendo en un lío, lo sabes, ¿no?
-Soy mayorcita, gracias. Me voy a ir porque hemos quedado en media hora y no quiero llegar tarde. Marta por favor…
-A nadie, tranquila. Soy una tumba. Sólo una ultima pregunta.
-Una. Y me voy.
-¿Te gustó? Es decir… si pudieras volver atrás, ¿cambiarias algo de esa noche?
Laura miró a su amiga y comprendió el porqué de esa pregunta. Que capulla, siempre sabia encontrarle las cosquillas, su punto flaco, el agujerito en su muralla. Recogió el bolso y el abrigo y antes de irse añadió:
-Absolutamente nada.

Marta se acabó el café y salió a la calle. Dio un paseo y pasó por el videoclub para alquilar una película de esas de llorar hasta reventar, y luego hizo una paradita en el supermercado para llevarse una tarrina de helado de chocolate. Sabía que en menos de dos horas su mejor amiga la llamaría hecha un mar de lágrimas. Conocía perfectamente a Laura y sabía que no se lo vería venir.
Y, lo que era peor, conocía perfectamente a Jorge y sabía que no le importaría dejarla tirada. Lo sabía porque se lo había hecho a ella hacía solo 7 días. Pero esa ya era otra historia.

lunes, 20 de abril de 2009

Oidos sordos

-No sabes lo que me pasó el sábado.
Le miró, cansada de tantas historias. Oía cada mañana lo que tocaba, lo que él contara, con tal de escuchar su voz y de poder tener una excusa para mirarle durante un buen rato. Pero, en realidad, nada de lo que le contaba le interesaba lo más mínimo.
-Pues no. Ni se lo que te pasó ni me importa.
-¿perdona?
-Estoy harta. De pasarme los días escuchándote, de prestarte mis oídos y mi atención para oír absurdas batallitas de viernes por la noche. Estoy cansada de tus fantasmadas y de tus historias de faldas en las que siempre eres el más listo de la película. Pero sobre todo estoy cansada de que, haga lo que haga, ni me mires ni me escuches ni me prestes atención. ¿Qué sabes de mí? ¿Sabes lo que he hecho los últimos cuatro fines de semana? ¿Los últimos cuatro días? ¿Sabes lo que siento, si me pasa algo, o cuándo fue la última vez que tuve un mal día? No. No lo sabes. Tú no sabes nada porque nunca me escuchas, porque para ti sólo estás tú, tu vida y tus cosas. Pues búscate a otra idiota que te dore la píldora, porque yo renuncio a seguir dando sin recibir nada más que indiferencia.

-¡Claudia! ¿En que piensas?
-En que… bueno…
-Tía, en serio, no sabes lo que me ha pasado este fin de semana…

Habría sido bonito, por una vez, decir lo que sentía y haberle hecho ver que no era de cartón piedra ni estaba allí para escucharle.
Pero aquella mañana tampoco fue capaz de hacerlo.

jueves, 9 de abril de 2009

Relato subterraneo

-Bueno, ¿Cuál es el plan?
-Toma, ábrelo.
-Es un plano de metro.
-Exacto. Es nuestro horario para esta tarde. Cierra los ojos y señala un punto. Allí donde caiga tu dedo, iremos a visitarlo, por debajo y por encima. Y, cuando nos cansemos, vuelta al mapa. ¿Hay algún lugar que te apetezca visitar? ¿Alguno que no hayas visto nunca?
-Cualquiera. Nunca he visitado ninguno de esta forma…
Su dedo cayó sobre una estación del norte, línea 7. Había que hacer tres trasbordos para llegar, pero no les importó, ese era el plan.

No le sorprendió la idea. Con él era todo así: citas improvisadas, originales. No recordaba cuándo había tenido una cita normal. Aunque, en realidad, ¿qué es lo normal? ¿Lo rutinario? En tal caso se alegraba de que él estuviera por encima de eso.
Pasaron la tarde así, arriba y abajo, corriendo entre las riadas de gente, riendo entre estaciones y vagones de metro. Y en cada parada una historia, una experiencia pasada, una anécdota que contar. Fotos en el Bernabeu, besos en Cuatro Caminos y un helado en Sol. Y vuelta a perderse entre el gentío, entre la muchedumbre que llena el subterráneo de pasos y vidas comunes. Gente, gente y más gente. Aunque, en realidad, están ellos dos solos. El metro es su transporte privado, su carroza sin caballos. La ciudad, esta tarde, es sólo suya y de nadie más.

jueves, 2 de abril de 2009

Yo también te quiero

-A veces me cabrea estar enamorada de ti.
-¿Por qué?Eso demuestra que eres lista y que tienes clase y buen gusto.
-No. Como mucho demuestra que soy imbecil, que estoy ciega y que, además, me encanta sufrir...
-Eso es lo que más me gusta de tí.
-¿Mi autocrítica y falta de criterio?
-No tonta, tu sentido del humor. ¡Ah! Y yo también te quiero.