Leo se apoyó en la barra, cansada de tanto esperar. Increíble, aquella noche era invisible hasta para el camarero. A este paso iba a tener que subirse a la barra y bailar algo para que la hicieran caso…
O tal vez no.
De pronto, una mano se posó en su cintura. Pero ella no se asustó. Llevaba toda la noche esperándolo. Y, en vez de darse la vuelta y mirarle, se quedó inmóvil para que él tuviera que acercarse.
-¿Qué tomas?
-Nada especial. Sólo quería una cerveza.
-Que sean 2, invito yo.
-Pues gracias. Y suerte, igual a ti te ve en camarero.
Mario se acercó a la barra, pero su mano seguía en la cintura de Leo.
-¿Te molesta?
"¿Molestarme?" Pensó ella. "Estoy casi en el cielo…"
-No, no, no. Tranquilo.
-Es por si te caes. En fin, ya conozco esa costumbre tuya de acabar por los suelos junto a las barras de los bares…
-Dios mío, matas un perro y te llaman mataperros.
-¡Ja ja ja!- Leo se perdió en su sonrisa, no podía creer que, por fin, estuviera pasando.- Tranquila, que hoy estoy yo aquí.
-Ya, ¿y?
-Si veo intentos arrojadizos, te agarraré con fuerzas.
-Se mantenerme de pie solita, no te creas.
Mario la miraba desde la picardía de sus ojos verdes. Y ella sabía que estaba a punto de pasar, se notaba. Hubiera jurado que, si alguien estuviera mirando, estaría esperando un beso, igual que lo esperaba ella. O no tanto, porque ella sabía que quería besarle desde que le conoció, hacia ya… ¿Cuánto era? No lo sabía. No se acordaba. Y, en realidad, no le importaba. El tiempo esperado iba a dar igual cuando se besaran. Porque se iban a besar, ¿no?
-Ahí están las cervezas. Ay, rubia, si es que hay que tener un poco de paciencia para que te atiendan como es debido.
Mierda. Mierda mierda mierda. El momento se había roto. Ya está. No podría volver a lograrlo, no podría volver a crear el ambiente perfecto. Maldito camarero, siempre inoportuno. Miró en dirección opuesta a la barra para no verle, y, entonces…ella. No podía ser. Al moverse él para coger las cervezas, Leo pudo ver unos ojos, al fondo, que la miraban con asco. Y con rabia. Pero, sobre todo, con celos.
Y entonces lo entendió. Era demasiado bonito para ser cierto. ¿Por qué alguien como él se iba a acercar a ella y a invitarla a una copa, cuando diariamente casi ni se hablaban? Era una simple cuestión estratégica. Era sólo un comodín, el puente hacia la reconciliación con esa bruja que la miraba desde el fondo, a punto de estallar en llamas.
Hay noches que una debería quedarse en casa.
-Aquí tienes la tuya. Chin chin.
-Ya, si. Te la puedes quedar.- Leo apartó la mano de Mario de su cintura e intentó abrirse paso entre la multitud.
-¿Qué pasa?
-¿Qué te crees? ¿Que soy idiota? La he visto, no estoy ciega. Te has acercado a mí y me has usado como excusa para darle celos.
Salió disparada, pero él la agarró por el brazo.
-En realidad, he usado los celos contra ella como excusa para acercarme a ti. Son cosas totalmente opuestas.
Hay noches que una debería quedarse en casa.
Pero, desde luego, esta no era una de esas noches.