sábado, 18 de diciembre de 2010

Comparaciones

El sol empezó a asomarse entre los edificios y a llenar de luz las pistas de deporte. Desde ahí arriba podía verse perfectamente cómo la ciudad iba amaneciendo. Un grupo de amigos, sentados en las gradas, contemplaba el espectáculo mientras apuraban unos refrescos y comían pipas. Eran los supervivientes de una fiesta cercana que celebraba el comienzo del verano.
Marco acabó su botella, se levantó y fue hasta el coche. Abrió las cuatro puertas y subió el volumen de la radio. Un éxito musical de hace unos cuantos años empezó a sonar.
-¡Vamos, chicos, que no se diga! Que sólo son las 7 y media, no podéis estar tan cansados.
Así, entre risas y música, poco a poco se fueron levantando unos a otros, siguiendo el ritmo. Jorge se quedó sólo en las gradas, mirando a todos juntos, y le pareció que, de golpe, todo podía volver a tener sentido.
Clara se liberó de un inicio de conga y se sentó a su lado.
-Estoy ya mayor. No puedo con mi alma.
Jorge sonrió.
-Qué me vas a contar. Yo no bailo porque creo que mis piernas hace rato que se han ido a la cama.
Clara miró al resto de sus amigos, que movían la conga serpenteando entre los coches. Se acercó un poco más a Jorge.
-No se cómo vas a tomarte esto, pero tengo que decírtelo. Sé que no te gustan las comparaciones, pero me he fijado en…
-No. Ni se te ocurra.
-¿Qué?
-Que veo por dónde vas, estáis todos igual. Dejad de compararla con Blanca, ¿vale? Porque ella ya no está, no va a volver.
-Jorge, yo no…
-Y me estáis empezando a cansar con eso de que nunca encontraré a una igual, que ella era perfecta, que lo que me ha pasado es una mierda… Ya sé todo eso, no necesito que nadie me lo diga. No necesito oír lo mucho que me quería antes de irse para siempre.
Jorge hundió la cabeza entre las rodillas y se la tapó con ambas manos. Clara le pasó un brazo por los hombros y apoyó su mejilla sobre él.
-Lo siento, cariño. Nadie quiere hacerte sentir mal. Nos preocupamos por ti. Tal vez no lo estamos haciendo bien, y no deberíamos psicoanalizar a todas las mujeres que conoces, pero tú no fuiste el único que la perdió.
-Ya lo sé.
-Y por supuesto que tienes derecho a salir con otras, a ser feliz y a enamorarte otra vez. Tu puedes “reemplazarla”, por así decirlo. Pero nosotros no. No podemos tener otra amiga que ocupe su puesto, porque no habrá nadie como ella. Así que, cada vez que nos presentas a alguien, no vemos a una novia: vemos a una amiga que nunca será como Blanca.
Jorge levantó la cabeza.
-Nunca lo había visto así. Nunca me había puesto en vuestro lugar, supongo.
-Hazlo ahora que lo sabes. –Jorge apoyó su cabeza sobre la de Clara.- Sé que es injusto, pero te prometo que, con el tiempo, todo será mejor.
-Odio al puto tiempo. Se supone que lo cura todo… pero lo hace a una velocidad de mierda.
Clara sonrió.
-Hasta que eso pase… nosotros siempre estaremos aquí.
Le apretó el brazo con la mano, y Jorge le cogió la otra. Se quedaron un rato así, mirando como el resto se divertía. Ahora se habían puesto por grupos y fingían hacer una batalla de bailes.
-Por cierto, ¿qué querías decirme?
-Nada. Sólo que… me gusta. Es muy simpática. Y te mira… te mira como lo hacía Blanca.
Jorge sonrió.
-Lo sé.