martes, 2 de noviembre de 2010

Contención

A veces, en los días más grises, Claudia sentía que estaba sujetando un dique, una presa gigante que retenía una enorme corriente de agua. La sujetaba para que los demás no fueran arrastrados, para que no se los llevara la corriente lejos de ella, donde ya no les encontrara. Pero no se daba cuenta de que, al sujetarla, ella misma se iba ahogando dentro de ese embalse.

No sabía pedir ayuda. No sabía soltar poco a poco el agua de esta presa porque no lo había hecho antes. Llevaba años dejándose los nudillos contra esa fría pared de piedra, que la separaba del mundo. Y no sabía si debía soltarla porque, cuando se imaginaba que lo hacía, preveía que se llevaría muchas cosas por delante.
A veces, en su fría guarida de roca desde donde controlaba el caudal de su presa, Claudia pensaba cómo sería la vida en compañia, donde la gente se ayudara con sus problemas y el peso no reposara sólo en sus hombros. Pero eso ella nuca lo sabría, porque estaba condenada a morir allí en medio, dentro de su solitaria presa, llena de agua, de secretos y de emociones contenidas.
Nunca se dió cuenta de que, con su esfuerzo, no estaba protegiendo a los demás. Sólo conseguía que se alejaran de ella.