martes, 27 de julio de 2010

Dos cajones

Estaba nerviosa. No; estaba muy nerviosa. Se pasó todo el viaje en taxi jugueteando, bueno, destrozando lo que quedaba del billete de avión y absorbiendo el paisaje que se asomaba a sus ojos por la ventanilla. Los 20 minutos de trayecto desde el aeropuerto se le habían hecho eternos y ahora, por fin, estaba ya allí. 5º piso, puerta B. Tal y como Guillem le había dicho, la llave estaba en la parte de arriba del marco de la puerta. Ángela sonrió, pensando que si llega a ser unos centímetros más bajita no habría llegado a coger la llave. Se quedó unos segundos mirando el llavero: una pequeña caracola. El espíritu playero de Guillem estaba presente incluso antes de entrar en su casa. Introdujo la llave y se adentró en esa aventura mientras una sensación, algo indescriptible, se apoderaba de ella.
Se trataba de un piso sencillo: el salón y la cocina estaban prácticamente unidos, separados sólo por una barra americana que tenía encima unas alacenas. Ángela se adentró en la casa y dejó la maleta junto a uno de los sofás y la chaqueta sobre el otro, situado frente a una gran televisión. Sólo había una puerta, la del dormitorio. Era bastante amplio, con una enorme cama con una colcha de círculos azules y blancos y una cómoda color chocolate, como las mesillas de noche. A la izquierda, una pequeña puerta conducía al baño, al que Ángela se asomó brevemente. De vuelta al salón, cuando se dirigía a abrir la terraza (espaciosa, con una mesa, dos sillas de plástico y algunos tiestos) se fijó en que, sobre la encimera de la cocina, había un folio doblado y apoyado en el frutero. Por fuera sólo ponía su nombre en enormes letras negras. Mientras lo desdoblaba, salió a la terraza y se acomodó en una de las sillas. Con sólo leer una línea, empezó a sonreír:

¡Buenos días, mi chica de la capital!
¿Cómo ha ido el viaje? Siento no estar ahí para darte la bienvenida que te mereces, pero prometo compensarlo con una buena cena. Estaré ahí en una hora más o menos, así que ponte cómoda: mi casa es tu casa. Hay toallas en el segundo armario, por si quieres darte una ducha, y tienes un par de cajones vacíos por si deshaces la maleta (sí, lo sé, sólo vienes unos días, pero puedo hacerme una idea del tamaño que debe de tener tu maleta…jaja!).
Me encanta que estés aquí. Te veo ahora.
Un beso de esos con sabor a sal, que tanto te gustan.
Guillem
PD: estás muy, pero que muy guapa.

Ángela dejó el papel sobre la mesa y miró hacia el mar. Guillem era un cielo, la hacía sentirse a gusto incluso sin estar presente. Le había abierto su corazón. Y su casa. Y le había dejado dos cajones en su cómoda. Madre mía. De pronto empezó a agobiarse. ¿Y si no estaba a la altura? ¿Y si la relación a distancia había sido fácil porque cuando estaban juntos no funcionaban? ¿Y si en unos días… destrozaban meses? ¿O, mejor dicho, los destrozaba ella?
No. Había que pensar en cosas positivas, ser optimistas. Guillem era un encanto, y tenía un humor impecable. Sobrevivirían a una pequeña convivencia… ¿no?
De pronto, sin dudarlo un momento, volvió a doblar el folio y lo dejó sobre la encimera. Recogió la maleta y la chaqueta y cogió las llaves para dejar cerrada la casa del chico de sus sueños.

Media hora después llegó Guillem a casa. Le extrañó encontrarla cerrada, tal y como la había dejado. Dentro no había señales de vida, todo seguía tal y como estaba por la mañana, incluyendo la nota de la cocina. Miró el reloj. Había llamado al aeropuerto y sabía que el vuelo había llegado a su hora, y era imposible que Ángela siguiera dando vueltas en un taxi.
Se asomó al dormitorio. Nada, no había ni una arruga en la colcha. Tuvo entonces un mal presentimiento y se sentó en la cama. ¿Podría ser que se hubiera arrepentido, qué se hubiera ido? No, no podía ser. Llevaban semanas planeando esa escapada, no podía haberse echado atrás.
Se levantó y se dirigió al baño, necesitaba refrescarse un poco. Y, nada más entrar, volvió a sonreír. En frente suyo, escrito con carmín en el espejo, podía leerse:
Tú si que estás guapo.
Y, por detrás de él, surgió Ángela con una sonrisa de oreja a oreja y una mirada pícara. Corrió hacia él, que la cogió en brazos y la besó con ganas.

-Te lo has creído, ¿eh?
-Ni por un momento.- Miente Guillem, mientras la mira con sus ojos azules –Por cierto, es verdad.
-¿El qué? –pregunta Ángela, con las piernas enredadas en su cintura.
-Estás muy, pero que muy guapa. –dice él, antes de volver a besarla.