Anoche me calenté un vaso de leche y le eché Cola cao. Mucho. Tal vez demasiado, porque no me
sabía a Cola cao. Sabía a tu casa. Sabía a cuando me hacía uno antes de
acostarme o para sentarme contigo en el sofá y ver una peli de esas que te
sacabas de la manga en un intento de aumentar mi cultura cinematográfica (parte
de la cual te debo).
Me supo a cuando me hacías cosquillas en los pies bajo la
manta y yo acababa dándote una patada, involuntaria algunas veces, o a las
peleas absurdas que teníamos las 24 horas al día por cualquier cosa. Quién se
duchaba antes. Quién había dejado algo sin fregar. A quién le tocaba cocinar.
La hora a la que habíamos quedado. Discutir era la base de nuestra relación, y
lo echo de menos.
Y de verdad que jamás pensé que echaría de menos nada tuyo,
pero aquí estoy, calentándome otro vaso de leche, a ver si este vuelve a saber
a ti, para cerrar los ojos y volver a tu sofá durante algunos tragos.