miércoles, 22 de julio de 2009

La penúltima

Habían quedado a tomar un café, como amigos. Porque eso es lo que eran. Amigos. Lo que se habían propuesto ser. Porque tenían que demostrar que ellos estaban por encima de los demás, por encima de una ruptura. Aunque, en realidad, ¿por qué habían roto? Ya nadie lo recordaba. Ninguno de los dos sabía darle respuesta a esa pregunta. De hecho, ni siquiera sabían decir quien de los dos había cortado.
Y allí estaban ellos, intentando hablar de cosas banales, tratándose como si no fueran lo que son: ex novios, ex amantes, ex confidentes y ex compañero de viajes. Demasiadas cosas para tener que aparentar. Y, sin embargo, ahí estaban.

-¿Sabes? Te sonará absurdo, pero el otro día vi una película y me acordé de ti.
-¡Vaya! ¿Y eso es algo bueno o malo?
-No, verás, los protagonistas se daban “una ultima noche”. Una noche de despedida. Y, me di cuenta de que tú y yo no habíamos tenido eso. Sé que parece absurdo comentarlo ahora, pero… no sé. Creo que algo tan bonito como lo que tuvimos se merece un buen final. Algo que podamos recordar con cariño, ¿qué me dices?

Ya está. Lo había dicho. Había lanzado la invitación. La había dejado lentamente sobre la mesa, y ahora a ella le tocaba aceptarla o rechazarla. Y él tenía que poner la misma cara indiferente ante cualquiera de las dos opciones.

-¿Un última noche, eh? Parece una tontería pero yo también lo había pensado. Ya sabes, todas esas cosas de “si la última vez que te besé hubiera sabido que iba a ser la última…” Nosotros no tuvimos una última vez. Ni un último beso. Somos amigos y somos adultos. Y ya lo hemos hecho antes. Creo que… bueno, podría funcionar. Y estaría incluso bien. Pero habrá que poner normas.
-Normas. Si por supuesto. Para empezar, hablamos de UNA sola vez.
-Desde luego, nada de ñoñerias ni romanticismos. Y no vale echarlo en cara más adelante. Ocurrirá y sólo nosotros lo sabremos, y haremos como si nunca hubiera pasado.
-Perfecto. Estoy de acuerdo.
-Yo también.

Se acaban el café, y se van a casa de uno de los dos, el que vive más cerca, por eso de querer aparentar que todo es casual, y que, en realidad, no hay mucho interés en ello. Se besan, se aman y, una vez acabado, se despiden.

Y así quedan los dos solos, callados, con millones de cosas en la cabeza que no se han atrevido a decir. Que se quieren. Que se echan de menos. Que no son amigos, ni lo serán nunca, por mucho que quieran aparentarlo. Que no quieren una última noche, sino un millón, un millón y una de últimos besos.
Pero no lo dicen, ninguno de los dos. Porque no era el momento. Ni era lo apropiado. Y porque, además, iba en contra de las reglas.