jueves, 9 de abril de 2009

Relato subterraneo

-Bueno, ¿Cuál es el plan?
-Toma, ábrelo.
-Es un plano de metro.
-Exacto. Es nuestro horario para esta tarde. Cierra los ojos y señala un punto. Allí donde caiga tu dedo, iremos a visitarlo, por debajo y por encima. Y, cuando nos cansemos, vuelta al mapa. ¿Hay algún lugar que te apetezca visitar? ¿Alguno que no hayas visto nunca?
-Cualquiera. Nunca he visitado ninguno de esta forma…
Su dedo cayó sobre una estación del norte, línea 7. Había que hacer tres trasbordos para llegar, pero no les importó, ese era el plan.

No le sorprendió la idea. Con él era todo así: citas improvisadas, originales. No recordaba cuándo había tenido una cita normal. Aunque, en realidad, ¿qué es lo normal? ¿Lo rutinario? En tal caso se alegraba de que él estuviera por encima de eso.
Pasaron la tarde así, arriba y abajo, corriendo entre las riadas de gente, riendo entre estaciones y vagones de metro. Y en cada parada una historia, una experiencia pasada, una anécdota que contar. Fotos en el Bernabeu, besos en Cuatro Caminos y un helado en Sol. Y vuelta a perderse entre el gentío, entre la muchedumbre que llena el subterráneo de pasos y vidas comunes. Gente, gente y más gente. Aunque, en realidad, están ellos dos solos. El metro es su transporte privado, su carroza sin caballos. La ciudad, esta tarde, es sólo suya y de nadie más.

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